Los productos de la gasolinera no me
convencían del todo, pero mi madre me había dicho que me dejaba comprar una
cosa y aunque no tuviera hambre, tenía que comprar algo. El viaje que tenemos
por delante va a ser largo, en algún momento me entrará hambre y si no compro
nada ahora me arrepentiré. No estoy segura de sí me apetece algo salado como
unas patatuelas o algo dulce como unas galletas de choco.
Busco a mi alrededor distraída y de pronto
algo llama mi atención. Un niño cogido de la mano de su padre me mira, pero no
es un niño normal, tiene algo extraño. Sus ojos son verdes, pero no un verde
normal, sino fosforito, casi radioactivo. Su piel es blanca como la nieve y su
pelo negro azabache. Su cara lo dice todo y no dice nada, es hipnótico.
Imagen sacada de: drsoler.com |
El padre se da cuenta de que le he visto y
acelera el paso nervioso, ocurre algo. Me acerco a mi madre corriendo y le pido
que mire los ojos del niño:
—¡Mira
los ojos del niño, mamá! ¡Míralos! — le suplico
Mi madre me hace caso y también los ve,
puedo ver en su rostro que ella también siente que algo va mal.
—¡Vamos!
— exclama mi madre cogiéndome del brazo.
Salimos de la tienda de la gasolinera
corriendo y nos metemos en el coche. El niño y su padre se han montado en un
coche negro bastante corriente.
—¿Qué
vamos a hacer? — le pregunto a mi madre.
—Vamos
a seguir a ese coche, a ese niño le pasa algo, tal vez esté en apuros.
Yo también lo he sentido, no sé cómo, pero
al ver esos ojos verdes, creo que me pedían ayuda.
Seguimos el coche negro sin desviar la
mirada de él ni un segundo, es como si nos llamara, como si el niño de ojos
verdes nos llamara. Mi madre acelera peligrosamente y yo me giro nerviosa:
—Si
te acercas tanto nos va a ver — le digo.
Mi madre no me hace caso y acelera aún
más. La colisión es inmediata, el golpe me aplasta contra el cinturón y miro la
abolladura trasera del coche negro con asombro. Mi madre permanece impasible,
vuelve a acelerar con el coche y ésta vez el choque contra el cinturón es más
doloroso.
Sorprendentemente, el coche negro acelera
para intentar huir de nosotras, yo tenía razón, el padre del niño esconde algo.
Mi madre intenta adelantarle y una vez a su lado, vuelve a chocar, intentando sacarle
de la carretera. El segundo choque lateral es el que consigue sacarle de la
calzada.
El coche negro se para y mi madre apaga el
motor. Salimos corriendo y nos acercamos al vehículo volcado. Una de sus cuatro
puertas tintadas se abre y sale el padre del chico a gatas:
—¡Qué
has hecho! — grita.
—¿Dónde
está el niño? — pregunta mi madre.
El chico sale por la otra puerta y sin
decir nada se sube a nuestro coche. Mi madre vuelve a nuestro Chevrolet y yo la
sigo, no sé muy bien qué está pasando, pero tenemos que proteger al chico.
Mi madre inicia de nuevo la marcha y
dejamos atrás al padre del chico y su coche negro:
—¿A
dónde vamos? — pregunto.
Nadie me responde.
—¿Es
no me va a contestar nadie?
—Tenemos
que salvar al chico — dice mi madre.
Algo ocurre, ahora no me parece tan buena
idea proteger al niño, algo me dice que hay gato encerrado.
—¿Quién
eres? — le pregunto.
Él me mira con sus espeluznantes ojos
verdes:
—Es
complicado — me contesta.
—¿Cómo
que complicado?
—Nos
persiguen.
Mi madre acelera en el acto y yo miro atrás,
siete coches negros, igual que el que echamos de la carretera, están detrás de
nosotros.
—¿Quiénes
son? — grito
—Malos
— contesta el niño.
Los coches negros nos rodean, se preparan
para obligarnos a parar, mi madre da volantazos y choca con ellos, pero es
inútil. Finalmente los vehículos que teníamos delante se paran de pronto y
nosotros nos estrellamos contra ellos.
El airbag sale disparado de la guantera y
me da en toda la cara, tarda unos segundos en desinflarse. Unos hombres de
negro salen de los coches e intentan sacar al chico de la parte de atrás.
Mi madre sale de inmediato e intenta
impedírselo, pero recibe una descarga de la táser de uno de ellos.
—¡Eh!
— grito saliendo del coche — ¿Qué demonios está pasando? ¿A dónde se lo llevan?
—Ha
interferido usted en un asunto de seguridad nacional, tiene suerte de que no le
detengamos — dice uno de ellos.
El niño me mira y yo le miro a él. Me
habla, me enseña imágenes en mi mente y lo entiendo. Él no es un niño normal y
corriente, viene de otro planeta, pero no es un alienígena, es uno de los
nuestros. Hace millones de años unos seres llegaron a la Tierra, evolucionaron
y se transformaron en los humanos, esos mismos seres aterrizaron en el planeta
del niño y el chico ahora es el resultado de la evolución de ellos.
—¿Qué
vais a hacer con él? — grito — ¡Él no es más que otro humano pero de otro
planeta!
Los hombres de negro me miran
sorprendidos.
—¿Cómo
sabes eso? — me pregunta uno de ellos.
—El
chico no ha venido a hacernos daño, es una señal de paz en su planeta, quiere
que nuestros mundos se unan en una alianza.
—Vas
a venir con nosotros — me agarra uno de los hombres.
Ahora nos llevan a su base militar, mi
madre está desorientada, el niño controló su mente durante demasiado tiempo,
pero se recuperará. Tengo que decirles lo que el niño me ha contado y con un
poco de suerte, todo saldrá bien.
Si
te ha gustado…
Desde “los
productos de la gasolinera” hasta “le
suplico” está basado en hechos reales, en algo insólito y raro que me pasó
de pequeña y que se me quedó grabado en el cerebro. Nunca llegaré a saber que
ha sido de ese niño de ojos verdes que me encontré, pero con esta historia me
he inventado el “qué hubiera pasado si le hubiera seguido”.
Tal vez no fue nada o tal vez no, pero yo
aún tengo grabados sus ojos verdes y nunca he vuelto a ver unos ojos como esos en
mi vida.
Dicho esto, espero que os haya gustado mi
relato y que me dejéis vuestros comentarios, dudas y opiniones al respecto.
Y un saludo de Silvia!!
Imagen sacada de: www.surysur.net |
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