La primera vez que
le vi, no me pareció un hombre, mis compañeros me insistieron mucho en eso. Un
hombre, un monstruo, que abandonó todos sus derechos y libertades cuando
asesinó a todas esas personas.
Le condenaron a
muerte, pero ese no fue su final, su cuerpo fue donado a la ciencia, a
nosotros. Cuando conseguí este empleo, su cuerpo moribundo había sufrido muchos
cambios y ya parecía más un animal que un ser humano. Le utilizaban como rata
de laboratorio, le hacían prueban y le medicaban constantemente.
Imagen sacada de: es.globedia.com |
Tenía moratones y
sarpullidos por todo el cuerpo, estaba extremadamente delgado y tenía unas
ojeras enormes. Sin embargo, lo más impactante de él, eran sus ojos. Su iris
era blanco y brillaba como el nácar, se decía que podía percibir cualquier
ligero cambio de su entorno y que podía ver en la oscuridad. Sus sentidos,
estaban mucho más desarrollados que los nuestros.
Ante la carencia
de resultados favorables, me llamaron a mí, una psicóloga de renombre, con la
esperanza de que le devolviera a aquel hombre las ganas de vivir.
—Hola Marte, soy la doctora Eli
Clark, he venido a ayudarte — me presento.
La sala blanca en
la que me encuentro, carece de decoración alguna, no hay ruido, no hay ningún
cambio en el ambiente. Las cuatro paredes que retienen a mi paciente,
iluminadas por fluorescentes, nunca han conocido la palabra comodidad.
Mi paciente sigue
tumbado en el suelo, moribundo, con la mirada perdida y totalmente ajeno a mis
palabras.
—Dime, ¿por qué te llaman Marte? —
digo intentando provocar algún tipo de reacción.
Por un segundo
empiezo a pensar que el paciente ya está muerto, pero entonces percibo un
ligero parpadeo en sus ojos.
—Entiendo que no quieras hablar,
pero quiero que sepas, que mi única intención es la de ayudarte y que a partir
de ahora, las cosas empezarán a mejorar.
Tras mucha espera
y sin resultados, vuelvo a casa cansada, con la esperanza de que mañana sea
mejor. Paso los debidos controles y llego al descampado de los laboratorios,
éstos están rodeados de unas vallas y tras ellas, ya en el exterior, me
sorprende ver a una mendiga mirando tras las rejas el edificio en el que
trabajo.
—Señora, no puede estar aquí, esta
es una zona restringida.
—Son todos unos mentirosos, unos
falsos — murmura la mendiga.
—Señora, ¿me oye? — digo
acercándome a ella.
De pronto, la
vagabunda me sujeta por los brazos y me mira fijamente dejando apenas dos
palmos de distancia entre nuestras caras:
—No confíe en ellos, todo lo que
dicen son mentiras.
Con mucho
esfuerzo, consigo soltarme de sus manos y salgo corriendo hacia casa.
A la mañana
siguiente, me sorprende conseguir que el sujeto coma algo, su huelga de hambre
iba a conseguir matarle. Mis jefes están orgullosos de mis resultados y me han
invitado a comer para hablar de mi futuro.
—Parece que su ayuda está
consiguiendo resultados — dice el doctor Earl.
—Eso parece, señor — digo aceptando
orgullosa su generosa copa de vino.
—¿Cuándo cree que empezará a
hablar?
—Es difícil de predecir, señor.
La imagen de la
vagabunda vuelve a nublar mi mente y una pregunta aparece en mis labios:
—Disculpe, señor, pero, ¿qué hace
ahí esa mendiga? La vi ayer al salir del trabajo y hoy la he vuelto a ver
cuando he venido.
—¿Mendiga? ¡ah si, la señora
Larson! Espero que no le haya incomodado su presencia, está obsesionada con
estas instalaciones, insiste en que su hijo está aquí, secuestrado o algo
parecido, pero en fin, ¿qué más da? Está loca.
Por una extraña e
incoherente razón, al salir del trabajo, decido acercarme de nuevo a ella, no
muy segura de estar haciendo lo correcto:
—¿Señora Larson? — me atrevo a
preguntar.
La mendiga me mira
sorprendida, como si su nombre no fuera más que un recuerdo de una época
pasada.
—Tienen a mi hijo — murmura.
—Lo siento, señora Larson, pero su
hijo no está aquí — insisto.
—Le secuestraron cuando era tan
solo un bebé, dijeron que era peligroso, que sus brillantes ojos blancos los
cargaba el diablo.
—¿Ojos blancos?
Un escalofrío
recorre mi espalda, solo hay un ser en todo el planeta que tiene esos extraños
ojos blancos.
—Marte, le llaman, porque dicen que
viene de ese planeta — se ríe la anciana.
—Discúlpeme — digo antes de
marcharme.
El simple
conocimiento del nombre de Marte, me dice que la mendiga sabe algo que yo
desconozco. Vuelvo al trabajo movida por un impulso y con la excusa de que se
me ha olvidado algo en el laboratorio, entro a hurtadillas en el despacho del
doctor Earl.
Busco entre sus
informes y descubro la verdad. Marte no es un asesino perdonado del corredor de
la muerte, fue secuestrado al nacer por presentar una anatomía distinta al
resto. Entre el informe de Marte, hay más, más personas que presentan los
mismos ojos blancos del sujeto, muchas más personas que han nacido con las
mismas características que mi paciente.
Movida por la
verdad, decido sacar a Marte de las instalaciones, liberarle. Entro en su
cárcel y veo en sus ojos el mismo miedo que tantas veces ha mostrado.
—Hola Marte, soy Eli, he venido a
sacarte de aquí.
Con su brazo sobre
mis hombros consigo sortear a los guardias. Sin embargo, todo se acaba cuando
dos guardias armados se interponen en nuestra salida.
De pronto, Marte
levanta la mano y apunta a los guardias con ella, mirándoles fijamente a los
ojos. Los guardias sueltan las armas y se sujetan los cuellos como si una mano
invisible les estuviera ahogando. Al cabo de unos segundos, los guardias caen
muertos.
—¡Doctora Clark! — grita el doctor
Earl detrás de mí — ¿por qué hace esto?
—Lo he visto, he visto lo que les
hacen a los niños que hacen con los mismos ojos blancos de Marte. Sé que son
diferentes, pero tal vez sea un paso más en la evolución humana, ¡no tienen por
qué morir!
—Señora Clark, no lo haga, no le
libere.
Suelto el brazo de
Marte y veo como este desaparece por la puerta de salida.
—¡Pero qué ha hecho! — grita el
doctor Earl.
—Marte no ha hecho nada malo, es un
ser humano y tiene derechos.
—¿En serio? ¿usted cree? ¡mire lo
que acaba de hacer!
Dirijo mi mirada a
la dirección que marca la mano del doctor Earl y me sorprende ver a la señora
Larson. Veo como ésta se quita la ropa de mendiga que lleva encima, dejando
verse ropa normal de calle, se quita la peluca, mostrando así su perfecta
melena rubia y se quita las lentillas, enseñándonos a todos sus inquietantes
ojos blancos.
Si te ha gustado…
Esta historia al
más puro estilo “Más allá del límite”
o “Black Mirror” nos enseña una
moraleja, las apariencias engañan. La doctora Eli Clark, creía que estaba
salvando a un hombre que había nacido diferente, pero en realidad, el nombre de
Marte no se lo dieron por ser un hombre peculiar, sino por ser de ese mismo
planeta.
Ten cuidado con la
gente que vaya “dando pena”, porque muchas veces, tienen intenciones ocultas.
Dicho esto, espero
que os haya gustado mi relato y que me dejéis vuestros comentarios, dudas y
opiniones al respecto.
Y un saludo de
Silvia!!
Imagen sacada de: mundodapsi.com
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