No importa que el
mundo sea enorme si no podemos salir de una pequeña parte de él. Vivimos encerrados
en una ciudad rodeada por grandes muros de hormigón, ¿el motivo? Hace unos años
un virus se propagó por todo el mundo, haciendo que las personas perdieran su
identidad y buscaran como único objetivo comerse a los no - infectados.
El muro de la
ciudad nos protege de los no – muertos del exterior. Sin embargo, para mí, este
muro, esta ciudad, se me está quedando pequeña. Necesito ver más, explorar y
probarme a mí misma. Por eso, he decidido unirme a la guardia del muro, mi
trabajo consiste en pasearme de un lado al otro de la ciudad, por encima del
muro y asegurarme de que ninguna criatura intenta entrar en nuestro oasis de
humanidad.
Imagen sacada de: ciracrespo.com |
Voy a hacer mi
primera guardia esta noche y estoy ansiosa por ver el exterior. Subo el muro
por la torre del ayuntamiento, son las siete de la tarde y aún hay suficiente
luz para descubrir que como es el paisaje al otro lado.
—¿Nerviosa? — me pregunta mi jefe
mientras subimos.
—Un poco — contesto con timidez.
—No te preocupes, no se verá nada,
tan solo bosque. Pasaremos la guardia juntos, toda la noche, no tienes por qué
tener miedo.
—De acuerdo.
Llegamos a la cima
del muro y no puedo creer lo que ven mis ojos. Un frondoso bosque se extiende
hasta dónde alcanza la vista. Aunque me esperaba ver ruinas, tierra quemada y
cadáveres por todas partes, solo veo pájaros cantando, riachuelos de agua clara
y árboles llenos de frutos.
—No es como me lo imaginaba —
confieso.
—Nunca lo es.
Empezamos nuestro
turno, reemplazando a los cansados guardias de la tarde y nos ponemos a pasear
rodeando la ciudad. El sol se esconde y la noche llega. El frío arrecia y se
hace imprescindible moverse para mantener el calor.
No dejo de mirar
el exterior y preguntarme dónde estarán las criaturas. ¿Estarán escondidas
entre la maleza? ¿Observándonos?
El mover de unas
hojas en un árbol cercano hace que me pare en seco.
—¿Qué pasa? ¿Has visto algo? — me
pregunta mi compañero.
Me acerco a la
barandilla del muro y sin decir nada observo con atención. Las hojas vuelven a
moverse y entre ellas puedo vislumbrar una figura. Hay alguien ahí.
El susto por ver a
una figura mirándome hace que me resbale y me caiga del muro. Grito aterrada
del pánico, una caída de diez metros me espera.
—¡Alba no! — grita mi compañero al
verme caer.
Una rama
incrustada en la superficie del muro me salva, me aferro a ella como un bote
salvavidas y miro hacia abajo. Quedan pocos metros para llegar al suelo.
—¡Alba aguanta! ¡aguanta ahí voy a
por una cuerda! — grita mi compañero desde arriba.
Mis manos me sudan
y cuanto más nerviosa estoy, más escurridizas se vuelven.
—¡No podré aguantar mucho más! —
grito desesperada.
Sin embargo mi
compañero no está, estoy sola en la oscuridad. Miro al suelo y evalúo mi
situación, si cayera me rompería algún hueso, pero no moriría.
Mi compañero
vuelve a aparecer con una cuerda, pero ya es tarde, la rama me suelta y yo
caigo. El dolor me recorre el cuerpo desde los pies hasta la cabeza, me he roto
una pierna.
—¡Noo! — grita mi compañero — ¡Agárrate
a la cuerda, te subiré! — dice dejando caer poco a poco el trozo de cuerda.
Una sombra se
mueve enfrente de mí, las criaturas se han sentido atraídas por la sangre.
Asustada, saco de mi cinturón un cuchillo, la única arma que tengo.
La sombra sale a
la luz y para mi sorpresa no es como me esperaba. Es una humana, normal y
corriente, pero con ropa primitiva, hecha con hojas y tierra. Me mira con
curiosidad y a la vez con miedo.
—Eres humana — susurro aterrada.
—Lo soy — contesta
—¿Cómo es posible?
—Hace mucho tiempo una enfermedad
nos invadió a todos, nos convertimos en caníbales sin sentimientos ni razón,
pero ha pasado mucho desde entonces. Los que no estaban enfermos se encerraron
en esa ciudad y crearon un muro alrededor. Pasó el tiempo y sin saber por qué,
nos curamos, volvimos a ser los humanos que éramos antes y quisimos reunirnos
con vosotros, pero vuestro líder, el General Recio nos lo impidió.
—¿Por qué?
—Eso tendrás que preguntárselo a
él.
La cuerda de mi
compañero consigue llegar hasta mis pies y con mucho esfuerzo escalo. Nada más
llegar arriba del muro le pido a mi camarada que me lleve ante el General Recio
y a pesar de tener que pedirle a sus guardias que le despierten, me presento
ante él:
—General Recio — le saludo
—Me han dicho mis guardias que has
visto a alguien afuera.
—Así es, señor, una mujer me habló,
me ha dicho que su pueblo ha superado la enfermedad que ya no tienen el virus y
que quieren regresar con nosotros.
—¿Le has contado a alguien más tu
descubrimiento?
—Tan solo a usted — contesto.
—Bien hecho — dice sirviéndose una
copa de un líquido marrón.
De pronto me ataca
con un cuchillo que no le he visto coger y yo me defiendo. Consigo esquivar el
filo de su hoja y le miro atónita. Mi adiestramiento me hace reaccionar.
Consigo quitarle el cuchillo y antes de que me dé cuenta se lo clavo en la
garganta. Ha sido rápido, pero a pesar del miedo que siento, sé que ha sido lo
correcto.
El General Recio
no quería que los demás supieran que ya no hay virus, porque eso conllevaría
que se tuvieran que abrir las puertas de la ciudad, que su mundo y su control
desaparecerían y que el nuevo mundo nos esperaría con sorpresas inesperadas.
Si te ha gustado…
Para escribir esta
historia me he inspirado un poco en Divergente y su mundo rodeado de muros y en
La Fuga de Logan, una peli antigua cuya moraleja es similar a la mía.
La
conclusión de este relato es simple, hay gente que ansía el poder y que están
dispuestos a ocultar la verdad con tal de seguir mandando, pero eso también nos
impide avanzar, por lo que tenemos que tener cuidado en quién confiamos.
Dicho esto, espero
que os haya gustado mi relato y que me dejéis vuestros comentarios, dudas y
opiniones al respecto.
Y un saludo de
Silvia!!
Imagen sacada de: relatosdelbaul.wordpress.com |
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