Nuestra
raza está enferma. Salimos de la Tierra en busca de nuevos mundos y fuimos a
caer en el más tóxico de todos, el planeta morado. Como es lógico, sabíamos que
la búsqueda de otros mundos podría tener consecuencias como ésta. Por lo que
ideamos un protocolo para evitar pandemias extraterrestres, comúnmente
conocidas como Galacdemias.
Este
protocolo consiste en evitar al máximo el número de infectados, es por ello por
lo que cuando descubrimos un planeta nuevo, nuestra misión es enviar a un
pequeño grupo a investigar, en vez de ir todos a la vez. Así, si el grupo
pequeño sufre alguna dolencia de cualquier tipo, el resto de los humanos
estaremos advertidos.
Yo
siempre estoy en esa avanzadilla, no porque me obliguen, sino porque quiero.
Como científica encuentro fascinante la existencia de tantos mundos y
variedades. Elementos nuevos que podemos utilizar como especies y diversidad de
vida. Quiero ser la primera en descubrirlo todo, sin embargo eso tiene un
precio. Un precio que estoy pagando ahora.
—Doctora,
¿Voy a morir? — me pregunta uno de mis pacientes infectados.
No
me gusta mentir a los pacientes, realmente no sé cómo curar esta enfermedad que
mi pequeño grupo y yo sufrimos, así que intento eludir la pregunta:
—Voy
a por un poco de agua — le digo a mi paciente antes de irme.
Nada
más llegar a este planeta morado sufrimos unas fuertes abrasiones moradas por
todo el cuerpo, no nos duelen, pero nos preocupa enormemente. Por lo que al
final decidimos dar la alarma de Galacdemia.
Salgo
del hospital de nuestra nave y me acerco a la sala de control para hablar con
los pilotos:
—Tengo
que salir ahí fuera — digo nada más entrar.
El
silencio reina en la sala y todos los pilotos me miran desconcertados. El
capitán de la nave avanzadilla se adelanta y me mira con cierto aire de
desconfianza:
—¿Por
qué? — me pregunta.
—Es
la única forma de averiguar por qué nos está pasando esto.
—Ya
sale lo que ocurre cuando salimos a la superficie, nada más salir de estas
instalaciones, nuestras abrasiones, o como usted llama a estas heridas moradas,
se hacen más grandes.
—Lo
sé, pero no hay otro remedio, aquí no tenemos ningún medicamento ni nada que
consiga eliminar nuestras heridas y si no nos deshacemos de ellas antes de
pasado mañana, ya sabe lo que pasará, que esa nave de ahí fuera, se marchará,
el resto de los nuestros nos darán por muertos y se irán a buscar otro planeta.
El
capitán guarda silencio un momento, sus argumentos son tan sólidos como los
míos y él lo sabe:
—Está
bien — contesta al fin — pero voy con usted.
—¡Capitán!
— exclama uno de los pilotos.
—Es
nuestra única oportunidad de salir con vida — le contesta al piloto.
Está
decidido y ya no hay marcha atrás, tanto el capitán como yo nos preparamos para
lo que nos espera fuera y nos ponemos los trajes espaciales con la esperanza de
que éstos frenen un poco el crecimiento de las abrasiones.
A
causa de los gases morados del planeta, no pudimos ver desde el espacio si el
planeta está habitado o no, pero ahora, desde la superficie nuestros escáneres
detectan algo. Está borroso y es muy posible que al final no sea nada, pero en
mi opinión, merece la pena investigarlo.
El
capitán y yo salimos de la nave un poco asustados, los trajes funcionan bien y
frenan un poco las abrasiones, aunque sabemos si nos exponemos demasiado, no
servirán de nada. Nuestra búsqueda de una cura está planeada para una hora, así
que tengo que conseguir averiguar algo en ese tiempo.
Avanzamos
por la extensa selva morada, preocupados por la niebla y manteniéndonos juntos.
El mapa electrónico que llevo en las manos debería guiarnos hasta la ola de
calor que detecta y de la cual espero que sea animal.
El
rastro se pierde en una especie de cueva y me entra el miedo de pronto, ¿Y si
es un animal carnívoro? Pienso en el poco tiempo que nos queda para volver a la
nave y en que tengo que aprovechar al máximo nuestro paseo. Difícilmente
conseguiré volver a salir a investigar, si en este primer paseo no consigo
nada.
Entro
en la cueva sin demora, seguida del capital algo cansado y más afectado que yo
por las crecientes abrasiones que no dejan de aparecer por todo nuestro cuerpo.
Resulta extraño que esas heridas no nos duelan, que simplemente aparezcan en
nuestra piel.
Una
luz me deslumbra y freno el paso en el acto.
—¿Sois
humanos? — Pregunta la voz que sostiene la luz que me alumbra.
—Así
es — contesto intentando taparme los ojos con la mano — ¿Quién eres?
El
capitán, a mi lado, ha sacado su arma de la cartuchera y apunta a la luz
concentrado.
En
ese momento la luz se apaga y se me hiela la sangre al ver al alienígena de
aspecto humanoide delante de mí. Es morado, como los gases, y en vez de
cabello, le salen unos enormes tentáculos de la cabeza.
—Yo
también soy humana — dice el alienígena.
—Eso
no puede ser — contesta el capitán bajando el arma asustado.
—Pensáis
que los gases de este planeta son tóxicos, pero en realidad, lo que es tóxico
son vuestras pieles de carne rosada. Hace mucho tiempo, decidimos salir de este
planeta en busca de hogares nuevos y descubrimos La Tierra, planeta dónde
decidimos quedarnos. Los humanos tenemos la habilidad de adaptarnos a nuestro
entorno y aunque nos costó al principio, conseguimos adaptarnos al planeta
azul. Sin embargo, ahora que habéis vuelto a casa, ya no necesitáis vuestros
trajes de carne rosada y por eso, los gases de nuestro planeta os bañan para
que volváis a vuestro cuerpo natural, cuerpos morados y perfectos, como el mío.
Mi
incansable cerebro no deja de pensar y aunque pueda parecer absurdo, la creo,
creo a la alienígena. Ya que nada más llegar a éste extraño planeta he sentido
algo que no he sentido en ningún otro sitio, me siento en casa. Me quito el
traje y dejo que los gases morados inunden mis fosas nasales. Es hora de ser yo
misma.
Si
te ha gustado…
Siempre
hemos pensado que la Tierra es nuestro hogar, que nuestra especie nació aquí,
que nuestras manos y nuestro cuerpo son como los vemos en este momento, pero
¿Qué pasaría si fuera todo lo contrario? Tal vez nuestro planeta de origen no
es el Tierra y tal vez, nuestro cuerpo, el que tenemos ahora, no es más que una
máscara. Eso supondría que ver a “los verdaderos humanos”, para nosotros sería
como ver alienígenas.
Como
probablemente hayas notado, para escribir este relato me he inspirado en la
serie de V, los visitantes, por su terrorífica máscara humana.
Dicho
esto, espero que os haya gustado mi relato y que me dejéis vuestros
comentarios, dudas y opiniones al respecto.
Y
un saludo de Silvia!!
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