Desde
que se descubrió que hay seres alienígenas infiltrados entre nosotros, la gente
se ha vuelto paranoica. Estos seres tienen la capacidad de imitar la apariencia
humana y a simple vista parecer uno de los nuestros. Su intención es hostil,
quieren destruirnos, someternos o dominarlos, ya que su único deseo es quedarse
con la Tierra.
Este
gran descubrimiento ocurrió hace unos meses, cuando uno, convencido de que el
presidente era un alienígena, le disparó en el pecho en plena rueda de prensa.
La sangre del presidente era verde y eso fue lo primero que nos alertó. Las
últimas palabras de nuestro ex–gobernante fueron: “Solo soy uno de muchos, los humanos pereceréis”.
A
partir de ese momento cundió el caos y poco a poco, fueron apareciendo más
casos de “alienígenas infiltrados”. Hasta que al final se impuso la ley Marcial
y el ejército puso orden. Empezaron a hacer detenciones de los que la gente
pensaba que podría ser un alienígena y los metían en lo que llaman “la Caja”
para averiguar quién es un alienígena y quién no.
Imagen sacada de: www.decoracion.photos |
Ahí
es donde estoy encerrado ahora, en una de las Cajas, una habitación metálica y
sin salida, confinado con otros como yo. Nos han dicho que uno de nosotros es
un alienígena, que están casi seguros de ello. Nos han hecho pruebas de todo
tipo, pero no hay forma de saber quién es un alienígena y quien no, ya que a no
ser que los mates, no puedes ver su sangre verde.
—Y
¿Qué demonios van a hacer? ¿Encerrar a toda la población hasta que averigüen un
modo de identificar quién es alienígena y quién no? —
Exclama nervioso uno de los que está en mi
Caja.
—¡Cálmate!
Tenemos que pensar — dice otro.
—Piensa
en positivo, al menos nos resguardamos de la lluvia que está cayendo estos
últimos meses — se ríe otro.
Busco
a mi alrededor, si lo que dicen los militares es cierto, uno de nosotros es un
extraterrestre. En la caja somos siete personas en total: Un hombre mayor y
trajeado, un tipo con pinta de músico o artista, una guapa adolescente, un
joven aún con el uniforme de su trabajo en un restaurante de comida rápida, una
mujer con ropa de estar por casa, un empresario que no deja de mascar chicle
despreocupadamente y yo.
—Y
¿Cómo saben que solo hay un alienígena entre nosotros? ¡Puede que haya más! —
sigue quejándose el músico.
—¿Quieres
callarte, por favor? — dice el anciano cansado de las protestas.
—No
lo saben — contesto.
Todas
las caras se giran hacia mí, es la primera vez que hablo desde que estoy en la
Caja.
—No
pueden saberlo, sin embargo, por nuestros antecedentes, creen casi seguro que
tiene que haber uno de nosotros que lo sea.
—¿Qué
antecedentes? — pregunta la adolescente.
—No
sé algo que hayas hecho, que les pueda haber hecho a los demás sospechar.
—¡Yo
no he hecho nada! ¿Entiendes? — interrumpe el músico enfadado — básicamente mis
vecinos me acusaron de alienígena porque les molestaba que tocara la guitarra a
la hora de la siesta.
—A
mí me acusaron de alienígena porque me comí las hamburguesas que habían hecho
para los clientes — contesta arrepentido el joven.
—A
mí porque tiendo la ropa fuera y a mis vecinos no les gusta, dicen que mojo los
alféizares de sus ventanas— suelta la mujer.
—A
mí por toser demasiado en las reuniones de empresa — dice el anciano.
Todos
nos giramos hacia el empresario que no para de hacer pompas con el chicle,
esperando a que nos cuente su historia, pero él nos mira con desprecio:
—Yo
paso de este juego — contesta.
—Tenemos
que averiguar quién es el alienígena, es la única forma de salir de aquí.
—Ya,
pues, tal vez me guste estar aquí — dice levantándose del suelo
—¿Cómo
puede gustarte estar aquí? — pregunta la adolescente.
—Bueno
aquí no se está tan mal, ¿No? Además tenemos comida gratis.
—Tal
vez intentas no contestar a la pregunta porque entonces se descubriría que eres
un alienígena — dice la adolescente con los brazos cruzados.
—O
tal vez me acuses a mí de ser un alienígena, para evitar contestarla tú —
contesta el empresario encarándose con la adolescente.
—¡Eh!,
tranquilos, nadie está acusado a nadie, ¿Vale? — intento calmar la situación.
—Yo
no intento eludir la pregunta, me acusó de alienígena Nancy Flerman, para
evitar que vaya al baile de fin de curso y así conseguir ella ser la reina del
baile.
—Vaya
sarta de mentiras — suelta el empresario.
—¡Es
verdad! — exclama la adolescente.
—Vale,
está bien, te creemos — digo.
—Habla
por ti — dice por lo bajo el impertinente del empresario.
—A
lo mejor deberíamos buscar otra forma de averiguar quién es el alienígena —
sugiero.
—Es
una buena idea — contesta el anciano.
Algo
se me escapa, mi instinto me dice que algo va mal. Intento repasar todo lo
ocurrido y me doy cuenta de algo:
—Un
momento — digo — hay algo que no me cuadra, ¿Te acusaron de alienígena los
vecinos por tender la ropa fuera?
—Sí
— contesta la mujer confundida.
—Eso
no tiene sentido, ¿Por qué ibas a tender la ropa fuera, si no ha dejado de
llover en meses?
La
expresión de la mujer cambia y una sonrisa maliciosa aparece en sus labios:
—Muy
listo
El
rostro de la mujer cambia, unos colmillos asoman de su boca y sus ojos antes
claros y amables se vuelven amarillos. Ella es la alienígena:
—Ahora todos moriréis…
Si
te ha gustado…
Este
relato se me ha ocurrido por una adivinanza en la que había que averiguar quién
era el asesino de un edificio en el que había ocurrido un crimen, la respuesta
a la adivinanza era que el asesino era una anciana que tendía la ropa, ya que
al principio de la adivinanza se dice que esa noche estaba lloviendo.
Yo
simplemente he cogido esa adivinanza y la he llevado al plano de ciencia ficción:
¿Si estuvieras en una habitación encerrado con otras siete personas sabrías
quién es el alienígena? La moraleja de esta historia es simple “las apariencias
engañan”, por lo que tener cuidado, ya que tal vez quién esté a vuestro lado es
un extraterrestre.
Dicho
esto, espero que os haya gustado mi relato y que me dejéis vuestros
comentarios, dudas y opiniones al respecto.
Y
un saludo de Silvia!!
Imagen sacada de: culturacolectiva.com |
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