lunes, 19 de agosto de 2019

Amazona


Celeste Doom, ese fue el nombre que lo cambió todo. Ella fue el detonante que hizo que cambiara nuestro mundo. Sin embargo, antes de que ella apareciera, la necesidad de un cambio ya rondaba en el ambiente.
Todo empezó con un movimiento, provocado principalmente por las agresiones y maltratos del género sumiso, anteriormente conocido como “hombre”, hacía las mujeres. Ese movimiento llegó a los medios, a la educación y poco a poco fue cambiando la mentalidad de muchas personas. El movimiento en sí, empezó siendo pacifico, pero poco a poco se fue volviendo radical.
Las Feminas, un grupo de patrulla urbana, fue creado con el propósito de controlar y vigilar al género sumiso. Los criminales podían ser acusados de diversos delitos, hasta llegar al punto de que una simple mirada obscena, sentarse con las piernas abiertas o un piropo podían conllevar penas extremadamente duras.

Las Feminas también se metieron en la educación de los varones, instaurando una nueva ley por la cual todo hijo varón debía ser internado en una institución de reeducación social, donde los sujetos eran redirigidos y reeducados en el nuevo orden, donde las mujeres tenían el control sobre el género sumiso.
Tras las primeras revueltas, protestas y manifestaciones, Celeste Doom apareció de la nada y con la ayuda de las Feminas tomó el control sobre el gobierno y activó el protocolo Amazona, una serie de normas de convivencia y orden social que todos los ciudadanos debían acatar.
Han pasado más de 40 años desde que se activó el protocolo Amazona, yo misma nací ya en el nuevo orden, por lo que desconozco como era la vida antes de la aparición de Doom. Sin embargo, me cuesta creer que el género sumiso fuera capaz siquiera de mostrar agresividad, aunque mi madre, Anaya, me asegura siempre que son peligrosos aún hoy en día.
Suena el timbre de la puerta y contengo la respiración, sé quién hay tras la puerta. Hoy es el día de la asignación, por lo que el gobierno ha oído mis plegarias y me ha concedido a mi primer varón para tener hijos. El sumiso cumplirá todas mis órdenes, estará a mi servicio hasta el día en el que me dé hijos. Será entonces cuando volverá al centro de reeducación y se le asignarán otras tareas.
—Adelante, la puerta está abierta — dice mi madre sentada en el salón.
Oigo como la puerta se abre y como unos pasos se acercan al salón. Yo desde el otro lado de la mesa, me giro lentamente para descubrir a mi sumiso, un hombre de más o menos mi edad, de pelo castaño y barba recortada. No levanta la mirada del suelo, no se le permite mirarnos.
—Perfecto — dice mi madre — ya puede irse.
La fémina le quita las esposas al sumiso, pero le deja el collar para que nosotras podamos controlarle en caso de que se vuelva agresivo.
—Por la unión — se despide la fémina antes de cerrar la puerta tras ella.
—Por la unión — respondemos al unísono.
Me levanto de la silla y observo al varón, lleva la túnica negra reglamentaría, que oculta las características de su sexo.
—¿Qué te parece? — me pregunta mi madre.
—Servirá — contesto algo intimidada por su presencia.
—Llévale al centro, cómprale la túnica de sumiso doméstico, la que lleva no es apropiada — me sugiere mi madre.
—Está bien.
Insegura, le ato la correa al collar de su cuello, él no protesta, no dice nada, tan solo mantiene la mirada fija en el suelo. Le arrastro conmigo y juntos salimos a la calle.
—Dime, ¿cómo te llamas? — le pregunto.
—8564, señora — responde.
Me muerdo el labio, sé que no es apropiado intimidar con el sumiso, pero me entra la curiosidad.
—¿Y tú verdadero nombre?
8564 levanta rápidamente la mirada y aparta la vista en cuanto nuestros ojos se cruzan. Él sabe tan bien como yo, que esa pregunta no entra dentro del protocolo Amazona.
—Eloy — responde casi en un susurro.
—Me gusta pasear contigo, Eloy, creo que deberíamos hacerlo más a menudo, ¿no crees?
—Sí, mi señora.
Los paseos se vuelven rutinarios e incluso más largos de lo que deberían, despertando así cierto recelo por parte de Anaya.
—Creo que deberíamos cambiar de sumiso — dice Anaya.
—¿Qué? ¿por qué?
—Porque aún no te ha dado hijos y creo que pasas demasiado tiempo con él, las vecinas podrían empezar a sospechar.
—Pero mamá — protesto — esto lleva su tiempo, no es tan fácil tener hijos en estos tiempos.
—Una semana, le doy solo una semana más, si no te quedas embarazada después de ese tiempo, 8564 deberá irse.
—De acuerdo.
Entro en mi habitación alterada, allí me espera Eloy que nota al segundo mi preocupación:
—Lo sabe — le digo — sabe que hay algo más entre nosotros.
—Tranquila — me dice abrazándome — no te preocupes, huiremos.
—¿A dónde? — contesto con lágrimas en los ojos.
—Conozco un sitio, un sitio que no está bajo el mando del gobierno, huiremos allí esta misma noche.
La espera se hace larga y tediosa, pero a la primera oportunidad, huimos en el coche de Anaya. Dejo que Eloy conduzca, algo tremendamente mal visto en la sociedad en la que vivimos, pero no tenemos tiempo para protocolos ahora.
Ya en el coche fuera de peligro me duermo, el cansancio acumulado no perdona, pero me despierta en el momento preciso:
—¿Dónde estamos? — le pregunto.
Un grupo armado de hombres y mujeres se presenta delante de nosotros y Eloy me pide que salga del vehículo con las manos en alto.
—Eloy Pelman — se acerca una de las mujeres — te estábamos esperando.
La mirada penetrante de la mujer se posa un segundo después en mí y hace que me encoja de miedo.
—Tú debes de ser Azina Doom, la heredera de Celeste Doom.
—Así es, señora.
—Bienvenida a la Resistencia.





Si te ha gustado…

Para escribir este relato me he inspirado principalmente en la serie de “El Cuento de la Criada”, aunque en esta serie las “sumisas” son las mujeres, me he planteado qué pasaría si fuera al revés.
La conclusión que se puede deducir de esto, es la misma que en la serie de la Criada, no es bueno que un género se crea superior a otro e intente imponer su voluntad, es más equilibrado el respeto mutuo para una buena convivencia, ¿no creéis?


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