Hace apenas unos
días me regalaron un despertador, resulta curioso que se sigan vendiendo estos
trastos, cuando ya todos usamos la alarma del móvil. Mis amigos solo querían
hacer “la gracia” al regalarme el despertador, ya que siempre llego tarde a
todos los sitios, sin embargo, el despertador me gustó.
Era un despertador
retro, rojo y digital, la alarma que tenía era la radio y eso me gustaba.
Siempre que pongo una alarma en el móvil me despierta con una canción que al
final acabo odiando, pero despertarse con la radio puede ser una buena opción,
me pareció más agradable.
Imagen sacada de: www.pinterest.com.mx |
Ilusionado por el
despertador, decidí usarlo esa misma noche, seguí las instrucciones y puse la
alarma a las siete y media, tiempo suficiente para darme una ducha, vestirme y
salir. Como era un despertador nuevo y no me fiaba que funcionara bien, también
puse la alarma de mi móvil, por si el precioso despertador fallaba y me fui a
dormir.
Me desperté con la
radio, medio dormido miré el reloj del móvil y éste señalaba las tres de la
mañana, sin duda había puesto la alarma del móvil mal. Apagué el precioso
despertador prometiéndome a mí mismo solucionarlo al día siguiente y dejé que
la alarma del móvil me despertara al día siguiente.
La alarma del
móvil me despertó y empecé con mi rutina matutina, me fui a la ducha y tal y
como recordé, tenía que comprar gel de ducha ya que lo había gastado todo el
día anterior. Vacié por completo el gel llenando la botella de agua para
lavarme con el poco gel que pudiera quedar en el bote y me fui a vestirme. Como
ayer vinieron de sorpresa mis amigos a casa para regalarme el despertador, no
me había planchado la camisa que tenía que llevar hoy al trabajo, pero no me
importó, no estaba muy arrugada, así que me la puse.
Salí de casa tan
rápido como pude, ya que no me daba tiempo a desayunar y fui andando al
trabajo. En el camino me sonó el móvil, era un whatsap de mi amiga Cristina:
—Bueno, ¿qué? ¿esta tarde te quedarás en casa? — me pregunta
Cristina.
—Ya sabes que tengo que trabajar, hoy vienen los clientes japoneses
— contesto extrañado.
Cristina ya sabía
que hoy estaba liado, se lo dije hace una semana, ese era el motivo de mi
estrés estas semanas.
De repente me
choco con alguien por estar mirando el móvil mientras ando. La señora me mira
con desagrado mientras coge la mano de su hijo pequeño.
—Perdón — digo, siguiendo mi camino
sin hacerla mucho caso.
Vuelvo a mirar el
móvil y Cristina ya me ha contestado.
—¿Pero eso no era mañana? — me pregunta.
—No, es hoy
—¿Hoy domingo?
Me freno en seco
confuso, hoy es lunes. Miro hacia arriba, ya he llegado al trabajo y
efectivamente está cerrado, pero eso no es posible, ayer fue domingo y por la
tarde me dieron la fiesta sorpresa mis amigos.
Despistado vuelvo
a casa, comprobando en todos los relojes de las tiendas y en los calendarios
que el día es efectivamente domingo. Me paso la mañana durmiendo, pensando que todo
ha sido un sueño, pero no es así. Por la tarde, alguien llama a la puerta:
—¡Sorpresa! — me sorprende Cristina
y varios amigos míos.
—¿Qué hacéis aquí? — pregunto
desorientado.
—Esto es una fiesta sorpresa por tu
cumpleaños — me informa mi amigo Roberto.
—Sí, y como siempre sueles llegar
tarde a todas nuestras quedadas, se nos ha ocurrido regalarte esto — me dice
Cristina entregándome un regalo.
Sabía lo que iba a
ver al desenvolver el regalo, pero aun así se me puso la piel de gallina cuando
vi el mismo despertador rojo que me había despertado por la mañana.
—¿Qué? ¿te gusta? — me pregunta
Roberto.
Sin decir nada a
nadie voy a mi habitación, con la esperanza de encontrar el despertador en la
mesita de noche, pero no está. Cuando vuelvo al salón trato de aparentar
normalidad y repito las mismas frases y gestos que hice el día anterior,
sorprendiéndome a mí mismo por saber lo que iban a decir mis amigos en cada
momento.
Ya a solas, pongo
el despertador de nuevo y dudoso me voy a dormir con la esperanza de que al día
siguiente sería diferente. El despertador me vuelve a despertar a las 3 de la
mañana, lo apago y dejo que el móvil me despierte a la hora que de verdad
corresponde.
Cuando me
despierta la alarma del móvil, vuelvo con mi rutina de siempre. Sigo sin tener
gel de ducha y gasto lo poco que me queda en la mañana, no me da tiempo a
desayunar y salgo de casa para ir al trabajo.
De repente me
llega un mensaje por whatsapp:
—Bueno, ¿qué? ¿esta tarde te quedarás en casa? — me pregunta
Cristina.
El terror me
invade y se acentúa aún más al descubrir que el trabajo está cerrado. Vuelve a
ser domingo y vuelvo a repetir el día, como si estuviera en un agujero de
gusano.
No contesto a mi
amiga, directamente vuelvo a casa y voy directo a la raíz del problema, el despertador.
Lo miro de arriba abajo, ese tiene que ser el origen del problema.
—¡Muy buenos días caballeros, hoy empieza un nuevo día en una preciosa
ciudad! — anuncia la radio del despertador.
Voy a apagarla,
pero entonces la voz de la radio cambia y se dirige hacia mí:
—¡Y recordar poner el despertador en lineal! ¡si lo dejáis en modo
cíclico repetiréis este día una y otra vez!
Aterrado, busco el
interruptor y lo encuentro, pasando la palanca de modo cíclico a modo lineal.
—¡Activado el modo lineal, bienvenido a un nuevo día! — me informa
el despertador.
Si te ha gustado…
Para escribir este
relato me he inspirado en mi propio despertador y lo mucho que odio despertarme
con la misma melodía todos los días.
Esta historia que podría
ser más de miedo que de ciencia ficción nos enseña una cosa: “lee las
instrucciones antes de usar cualquier cosa”, uno de mis mayores defectos es
querer adelantarme y usar algo sin saber cómo funciona con lo que acaba
rompiéndose o fastidiándose por mi impaciencia, pero eso no tiene que pasaros a
vosotros, acordaros de este relato cuando vayáis a poner la alarma del móvil y
pensar… “que hay cosas peores que tener que madrugar”.
Imagen sacada de: www.teklic.hr |
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