La mente humana es
prodigiosa, cada mente es única, con su personalidad y sus puntos fuertes. Yo
tengo una gran capacidad en el ámbito de las letras, de la redacción, de la expresión,
pero carezco de una mente matemática.
El problema de
este mundo es que se valora más una mente matemática que una mente literaria,
por ello tuve que tomar una decisión radical, tenía que adaptarme a mi tiempo.
Soy nulo para las matemáticas y la ciencia, pero no todos son así. Siempre
pensé lo maravilloso que sería poder entrar en las mentes de los demás,
adquirir sus conocimientos y ascender en el plano laboral.
Afortunadamente
para mí, encontré a alguien cuya mente matemática ansiaba tener imaginación y
desarrollar aquello que para mí era tan fácil como respirar.
—¿Crees que funcionará? — me
pregunta mi compañero.
—Estoy seguro — contesto— eres muy
listo y eso de crear nueva tecnología se te da fenomenal, yo en cambio prefiero
crear arte, dibujar y esas cosas.
Imagen sacada de: www.disenoyarquitectura.net |
Hacía varios meses que mi amigo de mente matemática llevaba trabajando en la maquina con la que conseguiríamos nuestros deseos. Una máquina que transferiría mis conocimientos de las letras y las artes a mi amigo y él a cambio me transfiriera sus conocimientos en las ciencias tecnológicas.
Gracias a él,
conseguiría ascender en mi aburrido trabajo de técnico que tan mal se me daba y
él conseguiría escribir sus memorias en un libro utilizando los recursos
literarios que tan fáciles me resultan de utilizar.
—Ya está listo — me dice.
Me mira con
preocupación, no muy convencido de estar haciendo lo correcto, pero le
tranquilizo en el acto.
—Tranquilo, es lo que queremos, lo
que hemos querido siempre.
—Lo sé, pero aun así…
—¿Qué?
—¿Y si sale mal?
—No lo hará, tú seguirás con tus
conocimientos matemáticos, solo que también tendrás en tu mente mis
conocimientos en letras.
—Y tu seguirás con tus conocimientos
en letras, solo que también tendrás mis conocimientos matemáticos.
—Exacto.
Más convencido, mi
amigo y yo nos sentamos espalda contra espalda en la máquina que hemos
construido juntos y juntos la activamos. Cierro los ojos y procuro no pensar en
ese ruido chirriante, en ese olor a plástico quemado o en la luz eléctrica que
provoca la máquina.
El dolor viene
justo después, siento como si miles de cuchillas se clavaran en mi cabeza,
trato de no gritar, pero dejo de contener mi grito al oír el de mi compañero.
El dolor dura unos minutos y tras él, todo está en calma. La máquina se apaga,
las luces se apagan y nuestros cuerpos descansan.
—¿Estás bien? — me pregunta mi
amigo.
—Eso creo — contesto tocándome las
sienes.
Pasan los días y a
medida que el tiempo corre, nos vamos dando cuenta que vemos las cosas de forma
diferente. Voy a un concierto y ya no disfruto de sus notas, no pienso en la
melodía y en la armonía del pentagrama, pienso en la fuerza del rozamiento de
una cuerda contra otra cuerda, en las dimensiones que debe de tener el
contrabajo para que genere el sonido o en la presión exacta que se tiene que
ejercer en un tambor sin llegar romperlo para que provoque el ruido
correspondiente.
En nuestra mente
oímos dos voces, la matemática y la literaria. Pensamos que podemos llegar a
adaptarnos a esta nueva realidad, que basta con canalizar las voces dependiendo
de la realidad que estemos viviendo.
Si estamos en una
oficina, tendremos que fomentar nuestro lado matemático y si estamos en una
exposición de arte, tendremos que fomentar más nuestro lado artístico. Nos
cuesta, pero poco a poco vamos controlando nuestros pensamientos.
La catástrofe vino
el treinta de septiembre del año 2018, cuando mi amigo matemático me llamó
histérico y me pidió que fuera a verle a su casa.
Al llegar, me lo
encuentro en la habitación, sentado en el suelo, en calzoncillos y con una
pistola en la mano.
—¡Por dios! ¿qué ha pasado? — le
pregunto escandalizado.
—Creía que era mi voz la que
hablaba en mi cabeza — dice meciéndose compulsivamente — creía que en mi cabeza
había dos voces sí, pero que las dos eran la mía, pero no era así, no era así.
—¿Qué quieres decir?
—Hay una tercera voz en mi cabeza y
no es ni la matemática ni la artística, eres tú.
—¿Yo?
—No solo me transferiste tus
conocimientos en arte, también las experiencias con las que aprendiste, tus
recuerdos, tu forma de ver el mundo, una parte de ti vive ahora en mí.
Pienso en sus
palabras y en mis propias experiencias desde que hicimos la transferencia de
datos, es cierto que he notado cierta presencia en mi cabeza, veo el mundo de
forma diferente, puede que también sea porque la veo como antes la veía mi
amigo.
—Es cierto que he sentido parte de
ti en mí, pero eso no es malo…
—Sí que lo es, porque esa parte de
mí, la que yo te transferí, ya no está y por tanto ya no soy yo, soy dos
personas en una, ¡soy un monstruo!
—No eres un monstruo
—Sí que lo soy y por eso, ambos
debemos morir.
Mi amigo
matemático se levanta y al hacerlo me apunta con el arma que antes guardaba. Yo
me quedo sin palabras, sin saber qué decir y antes de que pueda replicarle,
dispara.
Si te ha gustado…
¿Alguna vez has
sentido que algo te supera? ¿Qué por más que intentes aprenderlo nunca te va a
salir? Pues de eso mismo va este relato. Según la teoría de las inteligencias
múltiples de Gardner, existen varios tipos de inteligencias: la matemática, la
artística…
En mi caso soy más
artística que matemática, nunca se me han dado bien las ciencias tecnológicas y
siempre he pensado como sería si consiguiera adquirir esos conocimientos de
alguien que sí que sabe, ¿sería más feliz? Puede, pero lo que sí que está
claro, es que no sería yo, tal y como descubrió nuestro amigo matemático que
quiso tener una mente más artística.
Dicho esto, espero
que os haya gustado mi relato y que me dejéis vuestros comentarios, dudas y
opiniones al respecto.
Y un saludo de
Silvia!!
Imagen sacada de: psicologiaymente.com |