Cuando era
pequeña, mi madre nos abandonó, mi único apoyo desde aquel preciso instante fue
mi padre, él siempre estaba ahí, incluso cuando creías que no estaba, él era el
Hombre Sombra, tal y como le llamaba yo cariñosamente.
Él era quién me
recogía del colegio, quién me daba consejos, quién me cuidaba, él lo era todo
para mí. Un veintiuno de julio, un conductor borracho chocó con el coche de mi
padre en el puente de la avenida Luna, el coche de mi padre cayó por el
precipicio y allí fue donde todo cambió.
Al ser menor de
edad y sin parientes cercanos que pudieran encargarse de mí, me dieron en
adopción. La familia en la que caí, era cruel y desequilibrada. El padre bebía
mucho y pegaba a su mujer, un día me interpuse yo. Desde aquel momento, el
padre decidió que resultaba más divertido pegarme a mí que a su mujer. Mi vida
era un infierno.
Imagen sacada de: mparalelos.jimdo.com |
Toda esa situación
me llevó a mi primer intento de suicidio, cuando mi vida, dio un giro por
completo.
Gritos en el
salón, mis padres adoptivos vuelven a discutir, yo sigo encerrada en mi
habitación, fingiendo que no oigo nada. Estoy sentada en mi silla, delante de
mi escritorio, como si estudiara algo, pero no es así, en mis manos hay un
cuchillo que he cogido de la cocina.
Las lágrimas
corren por mis venas, no sé si seré capaz, si siquiera sé cómo debería
cortarme. Miro hacia la ventana y doy un brinco en mi asiento al ver una sombra
detrás de mí.
Al girarme
descubro que la sombra tiene forma, que está viva, no es un producto de mi
imaginación.
—No lo hagas — me dice con una voz
gutural.
—¿Por qué? — logro pronunciar.
—Todavía tienes mucho que vivir y
esta situación en la que estás viviendo ahora, no durará mucho.
—¿Cómo lo sabes?
—Porque viajo en el tiempo.
La sombra
desaparece, pero mi esperanza crece. Por algún extraño motivo la creo, me da
fuerzas o tal vez solo necesitaba un motivo para no hacerlo. Guardo el cuchillo
en el cajón y no lo vuelvo a abrir.
El tiempo pasa y
tal y como predijo el Hombre Sombra, los servicios sociales pillan a mi familia
adoptiva e inmediatamente me cambian de casa a una familia mejor.
Entro en la
universidad, no he vuelto a saber nada del Hombre Sombra desde aquel día, pero
por algún motivo siento que está ahí, que me protege, como hacía mi padre.
Cruzo la calle con
mis carpetas de la universidad, volviendo a casa cansada y escuchando música
para distraerme, con tan mala suerte que no veo el coche que va a toda
velocidad por la carretera. El Hombre Sombra, que había estado tanto tiempo
ausente, vuelve a aparecer, me empuja a la acera y me salva del coche que
estaba a punto de atropellarme.
—¡Eres tú! ¡has vuelto! — exclamo
emocionada.
—Tengo que irme.
—¡No espera! ¡no te vayas!
¡necesito respuestas! — exclamo nerviosa — ¿eres mi padre?
La sombra
desaparece, pero mi esperanza crece. Justo en ese preciso instante, Dani Perea,
un chico de clase en el que nunca me había fijado hasta entonces, aparece,
ofreciéndome la mano amiga que me anima a levantarme de nuevo.
Tras la
Universidad, Dani y yo decidimos casarnos, somos felices juntos y los años que
vivimos en la universidad nos animaron a formalizar aún más nuestra relación.
En la iglesia me entra el pánico y por un segundo pienso en salir huyendo de
ahí, pero aunque solo fue una fracción de segundo, veo al Hombre Sombra cruzar
una esquina y eso me anima a seguir adelante.
Cada día estoy más
y más convencida de que el Hombre Sombra no es más que el fantasma de mi padre,
ayudándome como siempre hacía a ser mejor persona, a luchar y a no rendirme
jamás.
Dos años más
tarde, Dani y yo decidimos tener hijos. Enterarme de que me había quedado
embarazada fue la mejor noticia del mundo. Éramos muy felices, hasta que al
cuarto mes, aborté.
Dani me dijo que
no pasaba nada, que tendríamos otro hijo, pero yo no lo superé. La pérdida de
nuestro hijo y los vanos intentos de conseguir otro, me destrozaron. Mi pérdida
se juntó con mi despido y al borde del abismo del puente de la avenida Luna me
reuní de nuevo con el Hombre Sombra.
—No lo hagas — me dice el Hombre
Sombra.
—¿Por qué? ¡Tú lo hiciste! — grito
entre lágrimas — ¡Este es el puente donde moriste! Ahora me reuniré contigo y
seremos otra vez felices juntos.
—Te… prohíbo… que… lo… hagas… —
dice con dificultad el Hombre Sombra.
—¿Estás bien? — pregunto
preocupada.
El Hombre Sombra
desaparece y debajo de él hay una anciana que cae al suelo, me acerco a ella
confusa. El Hombre Sombra era una anciana.
—¿Me reconoces? — me pregunta la
anciana — soy yo…
Me fijo en sus
facciones, en sus ojos, alguna forma que me resulte familiar y me estremezco al
reconocer el lunar de la mejilla izquierda, mi mismo lunar.
—Yo soy tú — me dice con
dificultad.
—No es posible, no puede ser
posible — dijo incrédula — ¡el Hombre Sombra es mi padre!
—Sí que es posible, gracias a esto
— dice entregándome un objeto — esto te ayudará a viajar en el tiempo como he
hecho yo, úsalo bien y recuerda, que no estás sola, te tienes a ti misma.
Un coche se
acerca, reconozco el Toyota de Dani, que viene alertado, temiendo que haya
cometido una estupidez, pero ya no lo necesito, no necesito tirarme de ese
puente ni de ningún otro. La anciana tose, la vida se escapa de sus manos.
—Me alegra morir junto… a una
amiga.
La sombra
desaparece, pero mi esperanza crece.
Si te ha gustado…
Para escribir esta
historia me he inspirado en Harry Potter y el prisionero de Azkaban, cuando
Harry descubre quién hace el patronus que le salva la vida.
Este relato tiene
una moraleja “lucha por ti y por tus sueños, porque nadie lo hará en tu lugar”,
siempre esperamos encontrar a alguien que nos anime a hacer cosas, que “nos
salve” de los malos momentos, pero no nos damos cuenta, de que esa persona ya
está ahí, somos nosotros mismos.
Dicho esto, espero
que os haya gustado mi relato y que me dejéis vuestros comentarios, dudas y
opiniones al respecto.
Y un saludo de
Silvia!!
Imagen sacada de: www.laguiadelvaron.com |
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