domingo, 17 de septiembre de 2017

El Paciente Cero

La primera vez que le vi, no me pareció un hombre, mis compañeros me insistieron mucho en eso. Un hombre, un monstruo, que abandonó todos sus derechos y libertades cuando asesinó a todas esas personas.

Le condenaron a muerte, pero ese no fue su final, su cuerpo fue donado a la ciencia, a nosotros. Cuando conseguí este empleo, su cuerpo moribundo había sufrido muchos cambios y ya parecía más un animal que un ser humano. Le utilizaban como rata de laboratorio, le hacían prueban y le medicaban constantemente.
Imagen sacada de: es.globedia.com
Tenía moratones y sarpullidos por todo el cuerpo, estaba extremadamente delgado y tenía unas ojeras enormes. Sin embargo, lo más impactante de él, eran sus ojos. Su iris era blanco y brillaba como el nácar, se decía que podía percibir cualquier ligero cambio de su entorno y que podía ver en la oscuridad. Sus sentidos, estaban mucho más desarrollados que los nuestros.
Ante la carencia de resultados favorables, me llamaron a mí, una psicóloga de renombre, con la esperanza de que le devolviera a aquel hombre las ganas de vivir.
—Hola Marte, soy la doctora Eli Clark, he venido a ayudarte — me presento.
La sala blanca en la que me encuentro, carece de decoración alguna, no hay ruido, no hay ningún cambio en el ambiente. Las cuatro paredes que retienen a mi paciente, iluminadas por fluorescentes, nunca han conocido la palabra comodidad.
Mi paciente sigue tumbado en el suelo, moribundo, con la mirada perdida y totalmente ajeno a mis palabras.
—Dime, ¿por qué te llaman Marte? — digo intentando provocar algún tipo de reacción.
Por un segundo empiezo a pensar que el paciente ya está muerto, pero entonces percibo un ligero parpadeo en sus ojos.
—Entiendo que no quieras hablar, pero quiero que sepas, que mi única intención es la de ayudarte y que a partir de ahora, las cosas empezarán a mejorar.
Tras mucha espera y sin resultados, vuelvo a casa cansada, con la esperanza de que mañana sea mejor. Paso los debidos controles y llego al descampado de los laboratorios, éstos están rodeados de unas vallas y tras ellas, ya en el exterior, me sorprende ver a una mendiga mirando tras las rejas el edificio en el que trabajo.
—Señora, no puede estar aquí, esta es una zona restringida.
—Son todos unos mentirosos, unos falsos — murmura la mendiga.
—Señora, ¿me oye? — digo acercándome a ella.
De pronto, la vagabunda me sujeta por los brazos y me mira fijamente dejando apenas dos palmos de distancia entre nuestras caras:
—No confíe en ellos, todo lo que dicen son mentiras.
Con mucho esfuerzo, consigo soltarme de sus manos y salgo corriendo hacia casa.
A la mañana siguiente, me sorprende conseguir que el sujeto coma algo, su huelga de hambre iba a conseguir matarle. Mis jefes están orgullosos de mis resultados y me han invitado a comer para hablar de mi futuro.
—Parece que su ayuda está consiguiendo resultados — dice el doctor Earl.
—Eso parece, señor — digo aceptando orgullosa su generosa copa de vino.
—¿Cuándo cree que empezará a hablar?
—Es difícil de predecir, señor.
La imagen de la vagabunda vuelve a nublar mi mente y una pregunta aparece en mis labios:
—Disculpe, señor, pero, ¿qué hace ahí esa mendiga? La vi ayer al salir del trabajo y hoy la he vuelto a ver cuando he venido.
—¿Mendiga? ¡ah si, la señora Larson! Espero que no le haya incomodado su presencia, está obsesionada con estas instalaciones, insiste en que su hijo está aquí, secuestrado o algo parecido, pero en fin, ¿qué más da? Está loca.
Por una extraña e incoherente razón, al salir del trabajo, decido acercarme de nuevo a ella, no muy segura de estar haciendo lo correcto:
—¿Señora Larson? — me atrevo a preguntar.
La mendiga me mira sorprendida, como si su nombre no fuera más que un recuerdo de una época pasada.
—Tienen a mi hijo — murmura.
—Lo siento, señora Larson, pero su hijo no está aquí — insisto.
—Le secuestraron cuando era tan solo un bebé, dijeron que era peligroso, que sus brillantes ojos blancos los cargaba el diablo.
—¿Ojos blancos?
Un escalofrío recorre mi espalda, solo hay un ser en todo el planeta que tiene esos extraños ojos blancos.
—Marte, le llaman, porque dicen que viene de ese planeta — se ríe la anciana.
—Discúlpeme — digo antes de marcharme.
El simple conocimiento del nombre de Marte, me dice que la mendiga sabe algo que yo desconozco. Vuelvo al trabajo movida por un impulso y con la excusa de que se me ha olvidado algo en el laboratorio, entro a hurtadillas en el despacho del doctor Earl.
Busco entre sus informes y descubro la verdad. Marte no es un asesino perdonado del corredor de la muerte, fue secuestrado al nacer por presentar una anatomía distinta al resto. Entre el informe de Marte, hay más, más personas que presentan los mismos ojos blancos del sujeto, muchas más personas que han nacido con las mismas características que mi paciente.
Movida por la verdad, decido sacar a Marte de las instalaciones, liberarle. Entro en su cárcel y veo en sus ojos el mismo miedo que tantas veces ha mostrado.
—Hola Marte, soy Eli, he venido a sacarte de aquí.
Con su brazo sobre mis hombros consigo sortear a los guardias. Sin embargo, todo se acaba cuando dos guardias armados se interponen en nuestra salida.
De pronto, Marte levanta la mano y apunta a los guardias con ella, mirándoles fijamente a los ojos. Los guardias sueltan las armas y se sujetan los cuellos como si una mano invisible les estuviera ahogando. Al cabo de unos segundos, los guardias caen muertos.
—¡Doctora Clark! — grita el doctor Earl detrás de mí — ¿por qué hace esto?
—Lo he visto, he visto lo que les hacen a los niños que hacen con los mismos ojos blancos de Marte. Sé que son diferentes, pero tal vez sea un paso más en la evolución humana, ¡no tienen por qué morir!
—Señora Clark, no lo haga, no le libere.
Suelto el brazo de Marte y veo como este desaparece por la puerta de salida.
—¡Pero qué ha hecho! — grita el doctor Earl.
—Marte no ha hecho nada malo, es un ser humano y tiene derechos.
—¿En serio? ¿usted cree? ¡mire lo que acaba de hacer!
Dirijo mi mirada a la dirección que marca la mano del doctor Earl y me sorprende ver a la señora Larson. Veo como ésta se quita la ropa de mendiga que lleva encima, dejando verse ropa normal de calle, se quita la peluca, mostrando así su perfecta melena rubia y se quita las lentillas, enseñándonos a todos sus inquietantes ojos blancos.





Si te ha gustado…

Esta historia al más puro estilo “Más allá del límite” o “Black Mirror” nos enseña una moraleja, las apariencias engañan. La doctora Eli Clark, creía que estaba salvando a un hombre que había nacido diferente, pero en realidad, el nombre de Marte no se lo dieron por ser un hombre peculiar, sino por ser de ese mismo planeta.
Ten cuidado con la gente que vaya “dando pena”, porque muchas veces, tienen intenciones ocultas.
Dicho esto, espero que os haya gustado mi relato y que me dejéis vuestros comentarios, dudas y opiniones al respecto.
Y un saludo de Silvia!!

Imagen sacada de: mundodapsi.com

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